Una buena historia debe tener una trama que atraiga al lector, unos personajes con los que empatizar, una estructura bien cuidada, unos diálogos eficaces.
Pero, una vez que tenemos todo esto, es necesario contar con un título que sugiera, que llame la atención. No podemos olvidar que, en la actualidad, buena parte de la literatura también depende de la publicidad que se le otorgue y el primer sitio en el que un posible lector se detiene es en el título.
Un punto de partida sencillo para comenzar a pensar cómo será un título es fijarse en ejemplos ya establecidos.
Hoy en día los títulos suelen ser muy variados. Puede ser el nombre del protagonista: «Marina» de Ruiz Zafón y un clásico como «Ana Karenina» de León Tolstói.
A veces se componen de una sola palabra: «Hija» de Ana María Shua, «It» de Stephen King.
En otras ocasiones son muy largos: «Crónica del pájaro que da cuerda al mundo» de Haruki Murakami, «El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco», de Charles Bukowski.
Títulos extraños y sorprendentes: «Las ardillas de Central Park están tristes los lunes» de Katherine Pancol, «Tengo que matarte otra vez» de Charlotte Link.
Otros se componen de sujeto y adjetivo: «La mujer habitada» de Gioconda Belli, «Las horas distantes» de Kate Morton.
También podemos extraer un título de la propia historia. Una frase clave, una cita importante que mencione uno de los protagonistas, una palabra que resuma las emociones que el relato hará sentir o que sea símbolo del conflicto que se presenta.
Muchos autores únicamente comienzan a escribir cuando han encontrado el título perfecto. Este les sirve de guía, de inspiración. Otros se introducen en la historia e imaginan su título cuando ya están finalizando.
Incluso se puede hacer una lista, lo que se denominaría una tormenta de ideas. Quizás una de ellas sea la que se ha estado buscando.
Ya lo decía Ernest Hemingway:
«Después de terminar un cuento o un libro, escribo una gran lista de títulos tentativos. He llegado a escribir hasta cien de ellos. Luego, comienzo a eliminar los que no me gustan, uno por uno”.
Un consejo: un título no debe dar muchas pistas sobre qué trata el relato o el lector perderá el interés. Debe ocultar, en lo posible, la verdadera clave de la narración, permitir que quien lo lea halle la respuesta de porqué se eligió ese y no otro nombre para la historia. Se puede probar con una imagen literaria, una metáfora que sea evocadora. Un ejemplo sería «Mujeres que compran flores» de Vanessa Montfort o «Las mujeres más solas del mundo» de Jorge Fernández Díaz.
Para resumir, el título es la carta de presentación de toda obra. Puede jugar a favor o en contra de ella: lograr que el lector quiera seguir averiguando o vuelva a acomodarla en el estante de la librería, que sea memorable o que se pierda entre otros sucesos editoriales.
Si bien requiere de una importante entrega y tiempo de concentración, no hay que apresurarse por encontrar el adecuado. El título correcto puede llegar luego de una ardua búsqueda, para más adelante -cada vez más fácil y a mejor ritmo- ir tomando práctica en esta fundamental tarea.